El Congreso mexicano, impulsado por López Obrador, aprobó una reforma laboral, la más importante en décadas, que para Javier Buenrostro, historiador de la UNAM, «puede ser el principio de una mayor justicia laboral para los trabajadores». La reforma se adapta a los paradigmas internacionales, ratificando los Convenios 87 y 98 de la OIT. No parece poco después de 70 años que los sucesivos gobiernos mexicanos se negaron a hacerlo.
Por Javier Buenrostro
La democracia sindical, impulsada por López Obrador, permitirá el sacudimiento del movimiento obrero, largamente aletargado por el autoritarismo priista y el desmantelamiento de los derechos laborales.
Hace unos días se celebró el Día del Trabajo en todo el mundo. En México hubo las conmemoraciones de rutina: mitines, discursos sindicales, comidas entre dirigentes, etcétera. Pero también hubo algo diferente, a lo que no se le ha dado la atención suficiente. En el Congreso se aprobó una reforma laboral, la más importante en décadas, que puede ser el principio de una mayor justicia laboral para los trabajadores, algo que en tiempos del neoliberalismo y el desmantelamiento de los derechos laborales en todo el mundo no es poca cosa.
Hay varios puntos a destacar. Primero, la reforma se adapta a un paradigma internacional, ratificando los Convenios 87 y 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Desde 1949, México se había negado a ratificar el convenio 98, por lo que solo esto ya supone un cambio en la política laboral de los últimos 70 años. ¿En qué consiste este convenio? Promueve una libre negociación colectiva y permite la elección de directivas sindicales mediante el voto personal, libre, secreto y directo de las y los trabajadores. En pocas palabras, adiós a los sindicatos «charros» u oficialistas, que pactaban su apoyo al presidente a cambio de prebendas personales para sus dirigentes.
La historia del «milagro mexicano» (1940-1970) está basada en la explotación del trabajador, ya que mientras las devaluaciones (1948 y 1954) afectaban fuertemente el poder adquisitivo de los mexicanos, el control de los sindicatos fue clave para la formación del capital en México, al mantener los salarios muy por debajo de la inflación. Era el trabajador, no el gobierno ni los empresarios, quien pagaba los platos rotos del mal manejo de la economía.
El control de los sindicatos fue clave para el desarrollo del autoritarismo y del capitalismo en México, a tal punto que, en esos tiempos, un secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos —generalmente de perfil bajo dentro de los miembros del gabinete—, llegó a ser presidente gracias al férreo control sindical que mantuvo con mucho garrote y pocas zanahorias.
No es cosa menor que López Obrador, a quien la oposición acusa de ser autoritario, en la realidad esté desmontando uno de los mecanismos históricos de control del presidencialismo mexicano, al democratizar los sindicatos y la elección de sus dirigentes. Se acabaron las representaciones únicas, tanto sindicales como directivas, y poco a poco se verán las repercusiones de esta medida, pero es un hecho que significa una forma de regresarle poder y derechos a la clase trabajadora. La libre afiliación será fundamental para la democratización del sindicalismo mexicano.
En este mismo sentido apunta la desaparición de las juntas de Conciliación y Arbitraje, y la creación de los juzgados unitarios de lo laboral, que no dependerán del Poder Ejecutivo sino del Judicial, tanto a nivel federal como estatal. Estas juntas solían ser instrumentos del Ejecutivo y de los empresarios para irrespetar derechos laborales o para contrarrestar las huelgas obreras. Sin duda, veremos un mayor activismo sindical, que no responderá necesariamente a inconformidades graves con el gobierno sino a una mayor libertad sindical. Algo similar a lo que se vivió durante el cardenismo.
De forma paralela a esta gran reforma laboral, también se reformaron las leyes federales del Trabajo y del Seguro Social, con el objetivo de regular el trabajo doméstico remunerado, así como para reconocer y garantizar los derechos de las personas que se dedican a esta labor. Más de dos millones de trabajadoras del hogar, que no contaban con derechos laborales ni seguridad social, empezarán a ser reintegradas a la economía formal. Se empieza a recorrer un largo camino para hacerle justicia a un sector (mujeres indígenas sin estudios, en una amplia mayoría) históricamente olvidado y discriminado. Ahí está la referencia popular de la película Roma, al respecto de esta problemática.
Aunque estrictamente no es parte de la reforma laboral, también se ha empezado a abordar de manera seria la pauperización de los salarios durante la época neoliberal; aunque si uno revisa la historia, el problema es tan añejo que se remonta al gobierno de Miguel Alemán (1946-1952). El incremento salarial ha sido del 16 %, el más alto en tres décadas, y se prevé que al final del sexenio el salario mínimo, que en la actualidad es uno de los más bajos del continente, pueda llegar a los 300 pesos diarios (15 dólares), el triple de lo que se percibe hoy en día.
Evidentemente hay descontento entre los principales líderes sindicales, que ven en peligro sus feudos de poder y riqueza, así como entre los empresarios, que se verán exigidos a un mayor cumplimiento de sus obligaciones patronales. La proliferación de más sindicatos, más independientes y menos obligados a obedecer al gobierno o a los empresarios, provocará una mayor actividad sindical, con la cual el statu quo no está de acuerdo. Sin embargo, este sacudimiento es más que necesario en México, uno de los lugares con mayor control sindical en el mundo. Como escribí líneas arriba, veremos una gran actividad sindical y seguramente muchos estallidos de huelgas, pero no hay que confundir eso con desacuerdos profundos con el Gobierno. Es precisamente López Obrador quien está impulsando la democracia sindical que permitirá el sacudimiento del movimiento obrero, largamente aletargado por el autoritarismo priista y el desmantelamiento de los derechos laborales.
¿Pendientes? Claro que los hay. Uno muy importante y que ya ha estado en discusión en el Congreso es el tema del ‘outsourcing’ o subcontratación. El gran problema laboral que construyó el neoliberalismo es la tercerización, de la que casi todos hemos sido objeto en las últimas tres décadas. No importa si eres un trabajador sin estudios o un profesionista con posgrados; alguien que trabaja por destajo o un académico o un médico que lleva años trabajando a tiempo completo pero sin plaza fija.
La subcontratación es una forma de explotación moderna donde, a pesar de ejercer un trabajo, no se tiene acceso ni a los derechos laborales ni a la seguridad social. Un mal de nuestro tiempo, que afecta lo mismo a los países ricos que a los pobres, ya que ha sido una característica intrínseca al desarrollo del neoliberalismo. Queda por resolver este importante pendiente, aunque da esperanzas que haya empezado tomarse en cuenta en la discusión y exista la promesa de que a fin de este año podría abordarse para legislar al respecto. Veremos.
Los alcances de la reforma laboral no se han discutido ni difundido ampliamente. Tal vez sea una estrategia de los damnificados intentando que pasen desapercibidos la mayor parte del tiempo posible. Aun así, esta reforma inyectará nueva vida al sindicalismo mexicano y poco a poco tendrá un importante efecto en la vida pública del país. Que todo sea en beneficio de los trabajadores, que somos la mayoría de los ciudadanos.
(Artículo publicado en RT)